Historia

El Colmenar de la Hoz

Allá a la sombra del cerro de Cabida, no demasiado lejos de Barranco Travieso y a tiro de piedra de La Covacha, hallamos una pequeña pradera en la cual antiguamente se emplazaba el Colmenar de la Hoz; aún hoy, subsisten allí viejos "vasos" como el de la imagen, y al igual que antaño, por entre los robles, nos sigue llegando el rumor de las cristalinas aguas del cercano Jaramilla.

Era en estos "vasos" (como siempre nos dijo la tía María que se llamaban) donde los lugareños de Majaelrayo tenían sus colmenas. En estos troncos vaciados de roble, con una laja de pizarra plana tapando la parte superior y habitualmente remendadas sus costuras y grietas con chapas y lañas metálicas, encontraban refugio y cobijo las abejas. 

Entre estos "colmeneros" estaba el abuelo Juan, que ora ayudado por sus hijos María o Romualdo, ora acompañado solo de la mula, descendía el Pumarejo abajo hasta llegar al tranquilo y apartado paraje donde se encontraba el colmenar, cuyo silencio solamente se veía perturbado por el murmullo del arroyo y el zumbido de las abejas.  Era ya avanzada la temporada estival cuando se sacaba la dulce cosecha del interior de las colmenas; pero únicamente de los "vasos" que mostraban una marca propia, pues era común que varios vecinos colocaran sus colmenas en el mismo colmenar, y para distinguirlas, cada uno tenía su signo distintivo grabado en la madera; este hecho se daba tanto en este Colmenar de la Hoz, como en el no tan lejano de Guijas Albas.

El abuelo Juan, prudentemente, dejaba la mula en lo alto de las rocas que abrigaban al colmenar de los fríos vientos del Norte, para que no fuera diana del aguijón de los enfurecidos insectos que defendían el fruto de su labor recolectora a lo largo de tantos días de esa primavera y parte del verano. Una vez tomados parte de los panales con miel de las colmenas (siempre había que llevar cuidado de dejarles provisiones para pasar el invierno), acarreaba la preciada carga hasta la mula, y después de asegurar el peso, ascendía hasta enlazar con el camino que venía de Peñalba de la Sierra y que tras dos o tres horas de fatigosa caminata, le llevaba probablemente ya de anochecida a la casa familiar de Majaelrayo.

Era en casa donde se extraía la miel de los panales, dejándola escurrir en un cesto o a través de un paño o lienzo para separarla de la cera. Cuando después de tanto esfuerzo, se conseguía obtener la cosecha anual, las más de las veces se dedicaba este valioso manjar para el trueque o el intercambio por otros bienes necesarios de los que no se disponía.

No sabemos si aquella miel era muy parecida o igual a la nuestra actual. Queremos creer que sí, por eso en nuestros tarros de miel aparece la leyenda "La de toda la vida". Sirva este texto como un homenaje al abuelo Juan, cuyo legado pasó a nosotros a través de su hijo Romualdo. Esperamos y deseamos poder conservarlo mucho tiempo.